Apareció un Agosto en la tarde. Le faltaba un brazo, lo había repuesto con cera. Era perfecto, hasta creí reconocer algunos vellos en sus dedos. Ni hablar sobre las líneas en sus manos, manos de hombre suave. Era cera blanca, de la más común. Parado frente a mí dijo lo siguiente:
-Te amo.
Le respondí que me sentía sola.
-Estoy sola.
Entonces llevó su mano, la humana, hacia su bolsillo. Sacó un encendedor y lo colocó debajo de la otra mano. Su brazo se empezó a derretir. Me bañó en cera el pelo, la cara, los hombros, las manos. Estuve cubierta de él. No quemaba.
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