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lunes, 23 de octubre de 2017

Sobre trabajar en la oficina

He descubierto lo agradable que es organizar cosas en tablas de excel, 
usar grapas, clips, post-its
y, de vez en cuando, una que otra tachuela. 

domingo, 27 de agosto de 2017

como en los cuentos

Hoy, mientras le cosía el encaje dorado a mi vestido azul, me pinché el dedo con la aguja. 
Salió una gotita de sangre
roja, pequeña y redonda, 
como en los cuentos.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Verduras antropomorfas

Treulose Tomate = tomate traicionero
Skandalnudel = Fideo escandaloso
Pflaume = ciruela (o quiere decir: bobo)

jueves, 30 de julio de 2015

Busco trabajo

Mi oficio ideal sería limpiar el cielo con una escoba, cuando se llena de nubes.
O pintar la grama de verde, hoja por hoja, con un pincel perfilador (o lengua de gato).

Quizás me dedico simplemente a esclarecer los mitos y verdades del chocolate.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Sueño cursi

Soñé que un muchacho incapaz de hablar en otra cosa que no fueran cantos de pájaro escribía una partitura para darle alfabeto a su idioma y lograr expresar su amor.

martes, 14 de octubre de 2014

Trabajo en el cine 3

Hay gente que transporta su dinero en calcetines.

Ayer descubrí a mi clon, en cuanto a contenido de billetera se trata.

El señor S. dice que los hombres al nomás cumplir los cuarenta años empiezan a producir la hormona responsable por barrigas dispara-botones.

martes, 12 de agosto de 2014

Por poco y aplasto a una inocente abuelita ciclista

Sacar la licencia de conducir alemana es como
subir al quinto piso cargando siete cartones de leche,
recitar el código postal y número celular de cada conocido en esta ciudad,
hacer un huevo poché,
y ducharse en una bañera sin mojarse el pie derecho,
AL MISMO TIEMPO.


Trabajo en el cine 2

Al señor S. le parece inaceptable que una albóndiga cueste más de 5 euros. 
Hasta hace un par de meses vendía helicópteros de juguete en su Online-Shop. 
A los 59 años siente pasión por viajar en motocicleta y tiene fe absoluta en el pronóstico del tiempo de su moderno teléfono celular.

martes, 6 de septiembre de 2011

trabajo

Cada vez que abro la puerta de la oficina siento que estoy reanudando el día anterior,
como si el tiempo ahí fuera un solo hilo larguísimo.

martes, 4 de enero de 2011

Navidad 2011

Por primera vez en muchos años creo que no tengo ninguna queja de navidad.

No sé si fue el sofá rosado, el regreso a la infancia -a través de la demencia- de mi tío (ex-viejo-verde), el enredo de queso que hubo en la mesa (y mi papá posando con cara de vencedor universal de los lácteos), un profundo sentimiento familiar al compartir el ritual anual y obligatorio frente al árbol iluminado (oyendo los peores villancicos teutón-bávaros ochenteros de mi tía) o poder dormir en la sala, eximida de la sinfonía de toses y sonidos guturales nocturnos de Rolf y Gloria.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Viejitos agosto

Y lo primero que veo es una O perfecta. Una O y un halo de pelillos blancos, flotando en el viento. Y esta O y esos pelillos flotantes pertenecen a una mujer miniatura. Y cuando la O se cierra y se convierte en una I horizontal, la mujer miniatura abre ojos verdes, así de redondos como antes la boca a medio ronquido. Y ojos verdes o grises buscan al hombre, también miniatura, sentado al otro lado de la mesa, con el lápiz en la mano y las postales en la mesa.

Y a veces los encuentro, se sientan juntos y resuelven crucigramas y murmuran y se miran, y si no se miran, se sienten o se saben. Y si caminan, caminan juntos y parecen dos figurillas arrugadas y encogidas, de pasos cortos y lentos y cortos y lentos en unísono, ella levemente detrás de él.

viernes, 1 de enero de 2010

Otra vez año nuevo

Tantas mesas y tantas sillas y tantas copas sobre las mesas y tanta brillantina, brillantina por todas partes, y todo se viene encima y se pone en el camino. La gente siempre se pelea en año nuevo y todo se desencaja y se desborda y el próximo año deja de parecer año y empieza a ser avalancha de tiempo enorme y amenazante. Y uno que quisiera salir huyendo y las mesas y las sillas y las copas se ponen en el camino. Cosa terrible, año nuevo.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Leo en voz alta y creo en voz alta que estoy algo sola

Hoy estuve cantando en voz alta en el subterráneo. También regañé en voz alta a mi llave por esconderse en la cartera. Maldije en voz alta a mis zapatos por llenarse de agua. En voz alta llegué a la conclusión de que mis vecinos se roban las carretillas del súper.

martes, 27 de octubre de 2009

Max

Tengo un amigo que se llama Max. Cuando quiero verlo, tengo que estirar el cuello. Cuando quiere escucharme, tiene que doblarse. Casi a la mitad.

Max tiene una cara relativamente pequeña, con dos ojillos celestes y un par de pelos que hacen de bigote y barba. En realidad, quizás solo me parece que su cara es pequeña porque está semicubierta por su pelo rubio (ignorante en cuanto a productos de limpieza capilar se trata).

Max siempre va a la universidad en bicicleta. No le da frío porque usa una chaqueta que parece estar hecha de un material parecido al de los trajes que usan los surfeadores de mares helados.

Conocí a Max en el semáforo, el segundo día de clases. Le hablé porque recordé haber visto su pelo antes. Solo que de atrás.

Max es tan alto, que cuando está sentado, sus piernas me recuerdan ligeramente a las de un saltamontes.

El lunes Max no llegó a clases, el martes le pregunté por qué. Respondió que había habido una muerte en su familia. En ese momento pensé

no hay nada más triste en este mundo que ver a Max llorar.

domingo, 18 de octubre de 2009

Verbos

vivo en una calle con árboles altos y enredaderas en la pared. me lleno de aflicción cada vez que me imagino el invierno.

no logro explicar el sentimiento que tengo cuando recibo algo por correo análogo. no hay nada mejor, casi.

el segundero de mi despertador se mueve estrepitosamente y el ruido empeora cuando apago la luz. ha de ser una constante entre los relojes.

duermo en un colchón sobre el piso, y cada mañana que me despierto encuentro alrededor mío el piso lleno de mariquitas amarillas.

miércoles, 24 de junio de 2009

Rolf

Rolf sabe quiénes fueron los primeros en considerar la piña como algo comestible. Tiene opiniones sobre política exterior alemana y está perfectamente enterado de las venturas y desventuras de la realeza de cinco países distintos. Sin embargo, se ofende instantáneamente si alguien insinúa que es lector de revistas de dudosa reputación, como “Hola”, o su equivalente alemán, la “Bunte”. Rolf tiene una fascinación especial por la mostaza extra picante y toda persona que pasa por su mesa se ve obligada a probarla, para que vea lo rica que es, por supuesto.

Rolf trabaja como embajador de una empresa alemana que fabrica máquinas de imprenta, en otras palabras, se dedica a vender esas máquinas de imprenta en algunos países de Centroamérica. Debido a la naturaleza de su trabajo, suele evaluar cualquier pedazo de literatura que caiga en sus manos -antes de leerlo- con su tacto y su olfato, dando veredictos sobre la calidad del papel y el tipo de tinta que han sido utilizados.

A pesar de haber vivido ya más de 40 años en Latinoamérica, sigue pronunciando la “r” teutonamente, sigue diciendo pildora en vez de píldora, insiste en no probar jamás alimentos tales como las pupusas o los tamales y sigue sin comprender la diferencia entre un güisquil y un pipián, a pesar de que el asunto ya ha sido tratado exhaustivamente durante las conversaciones en la mesa.

miércoles, 15 de abril de 2009

Plazas...

Uno pasa por las plazas y se pregunta qué estarán pensando todas esas personas que están ahí sentadas. Estarán viendo a las demás personas.. estarán viendo a las palomas (porque una plaza sin palomas no es plaza).. estarán viendo a las demás personas que están viendo a las palomas.. Y llega un momento en el que uno se vuelve una de esas personas sentadas en las plazas.. y aquello sigue siendo un misterio.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Pues..

...iba en el bus sentada a la par de Papá Noel/Santa Claus/Viejo gordo y barbudo. Iba llorando. Era un hijueputa, pedazo de mierda, un imbécil. Por Dios, qué maleducada. Por Dios, qué enojada. Daban ganas de cruzar la calle en verde o ir a San José centro para cometer suicidio sin sentido. Pero no hubo necesidad, me bajé del bus y caí en el hoyo entre la calle y la acera, hondo, hondo. Ja, y pensar que a dos cuadras de mi casa ya llevaba las llaves en la mano.

domingo, 31 de agosto de 2008

Fin (Nr.1)

Y luego llega el momento en el que todos se van. Sucede poco a poco, se van borrando como algo que se arranca a la fuerza (uno todavía se pregunta por qué no llegaron a la fiesta). Van quedando cada vez menos, se fugan como algún líquido que se intenta retener con las manos. Van quedando pocos, los indecisos, los que necesitan más tiempo, confianza, madurez… los que necesitan todavía un destino, o el camino hacia él, como yo. Se despiden con ese abrazo que no te dieron en todo ese tiempo que simplemente estuvieron ahí, y es en ese momento en el que, de repente, te das cuenta lo mucho que te gustaba saber que ibas a ver esas mismas caras todos los días. Lo bueno que era saber con qué palabras te iban a recibir en la mañana, saber quién no había hecho la tarea, quién se iba a comer tu almuerzo, o quién te iba a guardar un puesto si llagabas tarde al bus de la excursión. Te das cuenta que esa es la última vez que ponés un pie en esa casa. O que es bastante probable que el equipo de fútbol ya nunca juegue con los mismos jugadores, que van a ser reemplazados uno a uno hasta que termine siendo un equipo completamente diferente. Que el tiempo del que tanto hablan los adultos ya pasó y ni te diste cuenta. Que es ahora que solo queda pararse, darse la vuelta y pensar que, en realidad, nunca alguien se ha muerto de graduación. 

sábado, 23 de agosto de 2008

Algo II

Estaba tan cansada que solo me acosté. No reparé en el hecho de que lo estaba haciendo a media calle, y que un semáforo no se mantiene eternamente en rojo. Me acosté. Desde el pavimento, el semáforo parecía una creatura gigante y monocefálica que partía el cielo en dos. La gente caminaba encima de mí, todos iban con tanta prisa. El semáforo apagó su ojo rojo, encendió el verde. Ahora eran los carros los que me pasaban encima. Me fui deshaciendo, poco a poco. Parecía como si nunca hubiera tenido algo sólido debajo de la piel. Me pregunté cómo es que antes había logrado estar de pie. En la noche se paseó por ahí un peatón. Me vio, o mejor dicho, vio lo que quedaba de mí pegado al pavimento, y me recogió. Ya que mi consistencia era casi líquida, me metió en un envase cerrado. Ese envase lo metió en el bolsón que llevaba a la espalda, y ambos seguimos caminando.