sábado, 28 de junio de 2008

La solución al problema de la decisión

Luego de la graduación me puse algo ansiosa. Yo creo que cualquier persona recién graduada ha vivido esa avalancha de personas, parientes, amigos, gente en general, que lo arrincona a uno, lo escudriña con la vista y formula siempre la misma pregunta fatal: “Ajá, y ahora ¿qué vas a estudiar?” Yo creo que las únicas personas a las que les resulta fácil responder esto, es a los estudiantes de medicina. Ellos nacen con el deseo intrínseco de ser médicos. No conocen la indecisión. Malditos.

 Como nunca he tenido un carácter muy fuerte, y me tardo inmedibles cantidades de tiempo para tomar decisiones, quise eludir esa decisión. Para siempre.

Mi novio es colocho. Como no dejo que se corte el pelo, motivo de gran discusión con algunas personas (como mi mamá), lo tiene ya bastante largo. Sí, incluso más largo que el mío, aunque eso no es decir mucho. En fin, su pelo es colocho, negro, y abundante. Pero no sólo eso: también es capaz de albergar, esconder y engendrar cosas. Las personas que han visto a mi perro, Sputnik, opinan -sin excepción- que fue mi novio quien me lo regaló, luego de haberlo encontrado entre su pelo un día que se estaba rascando la cabeza.

Creo que la lógica más simple indica a qué punto quiero llegar con esto.

Hace unos días pensé, bueno, si hay cosas que han logrado salir de su pelo sin problema alguno, también debe poderse entrar en él, sin problema alguno. Así que decidí esconderme en su pelo y así no tener que decidir qué estudiar, nunca. Como mi novio me quiere y todo, no se opuso.

Me despedí de mis amigos y de mis papás. No le dije a nadie a dónde iba, porque igual no me iban a creer. Equipaje no traje, porque obviamente encontraría aquí todo lo que necesito. Sólo tengo que tener cuidado de no caerme cuando él se ducha. Igual, eso no pasa muy seguido. 

No se puede vivir de comida rápida para siempre.

Luego de graduarme, y reflexionar profundamente sobre mi futura vida como persona independiente, he llegado a la conclusión de que es el huevo, y no el agua como usualmente se cree, el elemento que sustenta la vida sobre la tierra.

lunes, 23 de junio de 2008

de El país de donde vengo (Francisco Andrés Escobar)

"¡Decile a la Chus que digo yo que es una pendeja, remorada, malparida! ¡y si quiere que se lo diga en su cara, que venga!" Aquello fue lo mejor que le oí. Lo mejor de lo peor. Porque entre barbaridad y barbaridad había siempre un índice se superación.
Alta, huesudísima, acalaverada, pelilarga, dentifalta, aquella mujer era una artífice de la sandez. Se llamaba Soledad. Soledad... y más; pero en todo el lugar la conocían como la niña Chole. Era una psicópata del idioma y un monumento viviente a la leperada nacional. Psicópata, porque asesinaba palabras, o con ellas asesinaba cualquier honra, cualquier nombre, cualquier fama. Monumento, porque nunca se volvería a encontrar, en cartilla única, otra galería completa del insulto. Un psicólogo habría aplicado un par de términos para explicar el vicio de aquella mujer: logomanía obsesiva y coprolalia. La gente cotidiana se contentaba con decir: "¡Jesús, qué trompa la de esa vieja!"

domingo, 22 de junio de 2008

Pretérito Pluscuamperfecto

y su complejo de perico.

(en realidad nada me garantiza que es un pollo oO...)

miércoles, 11 de junio de 2008

Solipsismo

Solipsismo, del latín "ego solus ipsus" (traducible de forma aproximada como "solamente yo existo") es la creencia metafísica de que lo único de lo que podemos estar seguros es de la existencia de nuestra propia mente, y la realidad que aparentemente nos rodea es incognoscible y puede no ser más que parte de los estados mentales del propio yo. De esta forma, todos los objetos, personas, etc., que uno experimenta serían meramente emanaciones de la propia mente.

La objeción clásica al solipsismo es que la persona muere. Sin embargo,  no has muerto, y por tanto no lo has refutado. Esta objeción es también vulnerable a la crítica de que uno no puede decir si la mente sobrevive a la muerte o no; por tanto, la teoría no queda refutada porque cualquier otro podría también creer que existe, incluso después de la muerte. La muerte, o alguien asesinando a la persona, también pueden ser vistos como productos de la imaginación, podrían no haber siquiera existido en absolute.

Otra objeción proviene de que el solipsista práctico necesita un lenguaje para formular sus pensamientos acerca del solipsismo, y un lenguaje es una herramienta esencial para comunicar con otras mentes. ¿Por qué necesita el universo del solipsista un lenguaje? Las respuestas posibles son similares a la última objeción; o sea, para evitar aburrirse, el solipsista quizá imagina otras mentes, que podrían realmente ser sólo elementos de su propia mente, de las que ha elegido perder el control durante el tiempo en que acontece, inventando un idioma para interactuar con estos segmentos más aislados de su mente.

Casi todas las objeciones pueden originarse apelando al libre albedrío del solipsista.

Muro de Berlín, versión comestible

Nadie quiso pasar de ahí. 

domingo, 8 de junio de 2008

Dibujo muere aplastado por agenda negra

Cara de pícaro

De tortugas y niñas (José Roberto Cea)

Mi abuela
a cierta cosa
la nombraba la tortuguita de las niñas...
Cierta vez
a la prima que arrima
dije
"Mirá, se te cayó la tortuguita", al instante que la tortuga 
de mi casa
pasaba ante nosotros.
Abuela me pegó y dijo que otra vez me arrancaría la 
lengua.
Desde entonces ya no hablo de tortugas:
Me las como.

miércoles, 4 de junio de 2008

Zapapos

Mi sobrina (de menos de dos años) tiene una obsesión tremebunda con los zapatos (zapapos). El origen de esta obsesión es para mí in-ex-pli-ca-ble. Cuando conoce a alguien, los zapapos juegan un papel importante en la imagen que ella se forma de la persona. Si la persona anda descalza, pobre de ella. Una persona descalza no es de confiar.

Hoy fuimos al súper, y lo primero que buscó, fueron zapapos. Agarró un pequeño zapapo rosado, pequeñísimo (sospecho que ya sabe qué talla buscar). Lo agarró. Se aferró al zapapo. Se enganchó al zapapo. El zapapo tenía que ser suyo. Qué importan las muñecas, los globos. Qué importa toda esa sección infantil del súper (esa sección llenísima de colores y plástico) si se tiene un zapapo. Gracias a dios llegó mi mamá (abuela) y el zapapo pasó al olvido.

Los zapapos de mi papá le dan miedo. Creo que es porque mi papá tiene unos pies bastante grandes. Un día completamente aleatorio, mientras estábamos cenando, mi sobrina se metió debajo del mantel para ver nuestros pies y saber si estábamos usando zapapos, y que clase de zapapos estábamos usando. Fue en ese momento en el que mi papá le dijo algo que probablemente nunca voy a olvidar: “Mia, ahí donde termina el humano, ahí empiezan los zapatos.”

Tengo una fascinación casi enferma por lo que se repite


domingo, 1 de junio de 2008

La solución al problema del Hansi ausente

La idea surgió cuando supe que Hansi se iba en agosto. Es inaceptable que Hansi me deje aquí, pensé. Qué demonios voy a hacer sin Hansi, pensé. Hansi es el que se encarga de acabarse mi comida cuando es demasiada, o el que me recuerda de no dejar el suéter tirado en las gradas. Es sólo con Hansi que se pueden encontrar verdaderos portales intradimensionales en la escuela, y ¿de quién voy a hacer videos si no sobre Hansi? ¿A quién voy a mitificar hasta llegar al punto en que sólo con verlo la gente sepa quién es, sin haberlo visto antes? Que se fuera a estudiar a Alemania en agosto significaba una especie de amputación a mi vida.

Primero vino la negación: No, Hansi, no. No me podés dejar aquí sola. Joha, te voy a ir a visitar a Argentina cuando te vayás, no te preocupés. Pero no, Hansi, NO.

Luego vino la depresión: Hansi… no me dejés aquí sola… Hansi, ¿Qué voy a hacer aquí sola? Hansi, ¿Por qué me dejás aquí sola? No te vayás. Vení a Argentina Hansi, yo te mantengo. Mamá, ya no quiero estudiar cine, quiero estudiar energías alternativas como Hansi, de seguro él me puede explicar todo.

Finalmente, vino la revelación: voy a quedarme con Hansi. Y no, no me refiero a irme a estudiar a Alemania con él, me refiero a QUEDARME CON HANSI. Decidí que apropiarme del Hansi original era algo demasiado egoísta, y que clonarlo me iba a resultar demasiado difícil. Así que ideé un plan diferente.

El plan constaba de tres partes esenciales. La primera parte consistía en meterme a la casa de Hansi, sin que él se diera cuenta. No iba a resultar muy difícil, ya que los papás de Hansi me conocen bien, especialmente la mamá, quien conjunto con la mía tuvo por un tiempo la ilusión de que Hansi y yo nos casáramos, hasta que ambas se dieron cuenta de que irremediablemente nos habíamos vuelto hermanos y que eso sería para nosotros una especie muy retorcida de incesto. En fin, me metería a su casa a una hora en que yo sé que está dormido y que sus tres fieras caninas no se encuentran cerca. Me acercaría muy cautelosamente al Hansi durmiente y extrajera de mi bolsillo un pequeño cuchillo. Con cuidado de no despertarlo, y esquivando vasos sanguíneos importantes para provocar la menor hemorragia posible, le cortaría un dedo. Llegué a la conclusión que un meñique era la mejor opción, ya que yo sé que Hansi casi no utiliza su meñique y no le haría tanta falta como algún otro dedo. Luego envolvería el dedo en un pañuelo, y metería el dedo y el cuchillito en mi bolsillo. Saldría de la habitación de Hansi, quien presumo estaría brevemente inconsciente debido al dolor y a la perplejidad, me despediría de sus papás y retornaría a mi casa. Entraría entonces en juego la segunda, y considerablemente más complicada parte del plan. Ya en mi casa desempacaría el dedo de Hansi, y luego de un gran proceso de convencimiento, éste se convertiría en mi propia pequeña versión de Hansi. Aun no he pensado en detalle la tercera parte del plan, que sería sacar al mini-Hansi del país y llevarlo hasta Argentina sin que las autoridades se den cuenta.

El plan resultó justo y como yo lo había pensado. Pude extraer el meñique sin que alguien se diera cuenta y sin que el verdadero Hansi pereciera. Al llegar a mi casa lo desempaqué y lo coloqué sobre mi escritorio. Luego de verlo fijamente por algunos minutos, me pareció que algo se movía debajo de la piel. Se notaban pequeños bultos inquietos, luchando por librarse de la epidermis que los aprisionaba. Cuando ésta cedió finalmente, lo primero que vi fueron cinco pequeñísimos dedos, seguidos por una pequeñísima mano, un pequeñísimo brazo y luego un diminuto torso. Cuando la cara salió a la luz, lo reconocí al instante. Era Hansi, en todo su esplendor. Sólo que unas treinta veces más pequeño.

Pensé que lo mejor era no decirle a Hansi lo que había ocurrido, o que ahora yo poseía a una pequeña versión de su persona, para no ocasionarle daños psicológicos, o en el caso más grave, que reclamara al mini-Hansi como su propiedad. Si se hubiera dado ese caso, ambos Hansis se hubieran ido a Alemania a estudiar sobre energías alternativas y todo mi esfuerzo hubiera sido en vano. Así que Hansi se fue, un poco sorprendido de mi cierta indiferencia al despedirme de él.

Alimento a Hansi con pequeñas migajas de pupusa y Hi-C de té. En las noches duerme en mi gaveta. He pensado que para llevármelo a Argentina, lo voy a meter en un calcetín.


(Nota para Hansi: no te preocupés, si realmente pretendiera hacer ésto, no te lo hubiera enseñado)